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Estamos pensando…

“¿Ves por qué no puedo delegar?”

A la velocidad que se mueven las cosas, es imposible hacer todo solo; lo sabés; leíste el libro; hiciste el curso, pero igual, terminás ocupándote de todo

A veces te sentís pésimo. Estás sobrecargado de trabajo, estresado. No tenés un minuto para pensar. Te enojás. Perdés los estribos. Pensás que tu gente no es idónea, que no está a la altura, que es irresponsable. No terminan la tarea, no te avisan con tiempo. Lo que delegaste te vuelve como un bumerang, como una papa hirviendo. Les das la mano y te toman el codo, hasta el hombro. No podés confiar, no tenés respaldo. “¿Ves porqué no puedo delegar?”, decís, te justificás. Te sentís estafado.

Otras veces te sentís genial, Superman. Sos “generoso” con tu gente, “incondicional”, “macanudo”, siempre dispuesto a dar una mano. Les resolvés todo, los cuidás, los protegés, los cubrís cuando se equivocan, intervenís cuando se está por cortar el hilo de la espada de Damocles. Es que, en definitiva, creés que nadie lo puede hacer como vos. Sos el que más sabe del tema. El que resuelve más rápido. El que la tiene clarísima. Y quizás tengas razón, hoy, porque no preparaste a nadie para hacer eso que solo vos sabés hacer. Tu “generosidad” esconde egoísmo. Ya sea porque siempre estás apurado, por omnipotencia, por desconfianza o por costumbre, no los dejás crecer. Los dejás impotentes, sin incentivo. Los apagás, los volvés improductivos, parásitos. Sos un tapón para su desarrollo. Los estás estafando.

Esta dinámica, aunque sea disfuncional, en el corto plazo funciona. Las cosas se hacen, los plazos se cumplen y nadie tiene que aventurarse más allá de su zona de confort. Vos resolvés y ellos se aprovechan, porque los acostumbraste a ser dependientes. En el camino, todos van acumulando frustración y cocinando una sopa explosiva.

Como líder del equipo, estás estafando a la compañía. Estás desaprovechando tus capacidades y tu potencial, y las capacidades y el potencial de tu gente. Algún día este esquema va a fallar, no va a ser suficiente para responder con agilidad a las demandas de la organización. Tu equipo y vos van a ser el cuello de botella donde se interrumpe el flujo de los procesos de trabajo.

Y además: ¿Alguna vez pensaste que si no lográs que tu equipo sea autónomo, te estás estafando a vos mismo? Un equipo dependiente es una mochila muy pesada que te impide avanzar en tu carrera. Tus oportunidades de crecer dependen del crecimiento de tu gente.

Te resulta difícil encontrar la solución. Creés que ya probaste todo. Si no te metés, las cosas no se hacen. Dejás solas a las personas de tu equipo, les “tirás” tareas para las que todavía quizás no tengan los conocimientos o las habilidades que les permitan resolverlas. Si te metés, tu equipo nunca va a ser autónomo, y vos vas a seguir sobrecargado, con el foco repartido en tareas que no te suman a vos, ni a ellos, ni a la empresa. Hagas lo que hagas, parecería que el resultado no va a ser bueno.

 

Para salir de la trampa

Lo primero es superar la opción binaria en blanco y negro. En lugar de pensar en cambios de comportamiento (me meto/ abandono) podés ir más arriba y cambiar la manera en que estás mirando la situación, incluyéndote como parte del problema y de la solución:

  • ¿Qué estoy haciendo yo para eternizar esta situación?
  • ¿Estoy mirando solo el corto plazo? ¿Cómo me va a afectar la falta de autonomía de mi equipo en seis meses, en un año? ¿Cómo los va a afectar a ellos, al área, a la empresa?
  • ¿Qué podría hacer diferente?

Al ampliar la mirada se hace visible un tercer camino, que es el aprendizaje de la autonomía. Te anticipo que no es mágico ni rápido, que al principio es incómodo y doloroso para todos, que requiere concentración, esfuerzo y paciencia.

Se trata de un proceso gradual de empoderamiento, en el cual tu rol como líder es facilitar la expansión de las competencias y la capacidad de acción de tu gente para salvar la brecha desde donde se encuentran hoy hasta la autonomía. A medida que se avanza, cada uno va tomando conciencia de su parte de responsabilidad, tanto para el desarrollo de su propio potencial como para los resultados que obtengan como equipo.

La gente de tu equipo necesita tener oportunidades de probar sus nuevas habilidades. Vas a tener que resistir la compulsión de meterte, de volver a caer en los mismos vicios que los llevaron a la situación en la que están hoy. También los vas a tener que acompañar, ir soltándoles la mano de a poco, respetando el ritmo de cada uno en su propio proceso, dándoles las herramientas que necesitan para fortalecerse y ganar seguridad y los criterios para resolver por sí mismos.

Paso a paso, avanzando con errores, a veces retrocediendo y volviendo a ganar terreno, los nuevos hábitos se van a ir consolidando en una dinámica de trabajo sana. Vas a poder delegar con la confianza de saber que ya no hace falta que estés encima, ni siquiera que estés presente, para que las cosas se hagan del modo en que querés que se hagan. Es el momento de redoblar la apuesta, brindándoles nuevos desafíos, dándoles oportunidades de brillar mientras vos te retirás al backstage, lo suficientemente cerca en el caso en que te necesiten, pero cediéndoles el protagonismo.

El eslogan publicitario de una gaseosa reclama: “¡Cortá con la dulzura. Lo dulce no quita la sed! “. Del mismo modo, podríamos decir: “¡Cortá con la estafa!”. Tomá las riendas. Hacete responsable de invertir en tu gente, porque su autonomía te lleva a vos, a ellos y a la compañía a producir resultados extraordinarios.